Es la hora del crepúsculo en esta tierra extraña;
y puedo sentir la tundra helada sobre la que reposa mi
dolorida espalda.
Las alas de la noche se despliegan en tensa calma;
mientras la luna se alza poderosa, dispuesta a sellar con su
lacre el destino de mi alma.
Mi cuerpo se estremece y siento la boca ensangrentada;
mis huesos se descoyuntan y mis músculos están tensos como
las cuerdas de un arpa.
Mis oídos se agudizan y mi olfato se destapa;
mientras oigo los gemidos aterrados que lloran en la oscura
madrugada.
No sé qué me pasa... me siento débil, pero a la vez con una
fuerza inusitada;
tengo hambre y tengo sed, pero nada es suficiente para calmarlas.
Mi corazón lucha contra un enemigo que solo teme a la plata;
y mis ojos lloran lágrimas de fuego, que se deslizan
abrasando estas fauces demacradas.
Las nubes transitan como galeones fantasmales sobre un mar
de color escarlata;
y el plenilunio me ilumina con su embriagadora luz, brillante
e irisada como el nácar.
La batalla está perdida y mi conciencia ya no es clara;
el hombre que fui ha dejado paso a esta bestia que ha
destrozado su jaula.
Ahora me alzo poderoso sobre estas animalescas patas;
y miro a la luna para que se acicale coqueta, reflejada en
estos ojos de dorada estampa.
Quiero gritar pero aúllo y ese aullido atraviesa el valle en
lontananza;
haciendo que todos cierren sus puertas... como cada noche de
luna llena y clara.
Seudónimo: Evanescente
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